miércoles, 21 de mayo de 2008

La moja suicida (Parte I)



Aquella carrera ciclista no era de la Vuelta a España pero sí de esas pruebas deportivas importantes y que conllevan una gran número de espectadores por todo su recorrido, pero claro con una organización menor y medios más limitados. Menos metros de vallado, menos Policía y Guardia Civil, menos voluntarios... Pero aún así la organización se lo había currao bastante bien; cinta en tramos más largos y vallas en zonas peligrosas, como en la Salida-Meta.



Me tocaba abrir la carrera como motorista ya que la prueba discurría por tramo urbano casi en su totalidad y la Guardia Civil se encargaría de los cruces de carretera, pero ya digo que la prueba se disputaba por la ciudad. ¡Y cómo corren los ciclistas!¡Joder! Hay que tener cuidao con las curvas, sobre todo con las rotondas, se te echan encima en un segundo -seguro que habéis visto por la tele como se comen a los cámaras en el Tourmalet, je, je-. Como no era la primera vez mantuve una distancia de seguridad prudencial que me diera tiempo a salvar una imprevisible situación y convertirla así en previsible. Si abres carrera no es para ir zumbando con los rotativos y la sirena a tope, que también, sino para dar escolta a los participantes de la prueba e intentar salvar obstáculos que pudieran aparecer, inmovilizar algún vehículo en la vía, en definitiva dar seguridad a los ciclistas y al público.



Esa mañana recorrí con anterioridad el circuito. Todo estaba en su sitio, sin problemas. Todo controlado. La carrera se desarrolló según lo previsto, salieron pedaleando como motos y el pelotón se partió en seguida en dos grupetos, uno pequeño en cabeza con menos de diez unidades y otro gran grupo del que saltaban esforzados ciclistas intentando enlazar con la tete de course. Ya habíamos dado una vuelta a todo el circuito, rulando calle arriba y calle abajo, sirena, rotativos, motos, coches, ciclistas como balas, vehículos de equipos, publicidad, coche escoba... Era imposible que nadie no se diera cuenta de que la prueba deportiva discurría, a toda leche, por las calles de su localidad. Aaaaaaaah, pero nunca debes pensar algo así. Siempre debes tener en cuenta que cualquier cosa puede pasar. Nunca debes fiarte.


Y zumbando a toda pastilla por una de las principales calles, llegamos a una zona sin vallar y sin encintar pero con gran afluencia de público, saliendo de una curva cerradita y en rasante cuando, he te aquí que, diviso a escasos metros como lo que parece una sombra negra es en realidad ¡una monja! Sí, una monjita con su hábito completo, gafas de metal dorado, zapatitos de color negro y chaquetilla de punto gris sobre sus enlazadas manos y, que, se dispone -¡sin duda alguna!- a cruzar por el paso de peatones dispuesto para tal uso en condiciones normales.


-Ay, Dios. Pero esa mujer no se da cuenta o qué.- Me pregunto mientras hago sonar la sirena a todo volumen. -Pero está sorda o qué...


Me mira pero no se inmuta y...¡Sí!, ¡Dioooos!, se dispone a cruzar. Como los toreros, mirando al tendido. Ay, Copón, que cruza, que cruza, que cruzaaa...


Cambio el tipo de sirena, dos, tres maneras diferentes, volumen máximo, rotativos destellantes. Hago ostensibles gestos con mi mano izquierda para llamar su atención, incluso grito desde el interior de mi casco...Nada. La monja ya está en medio del paso, mirando al frente, como si nada...


Me da tiempo a mirar la velocidad de la moto, 70 km/h, huuuummmm. O consigo esquivarla; o le pego de refilón; o de lleno; o la salvo tras una apurada de frenada de MotoGP y esquivada de escuela de conducción. Ahí voy, que Dios reparta suerte...

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