Hace tiempo que no os relato alguna actuación, así que hoy toca recordar una que me pasó hace algún tiempo pero que refleja una de las notas del autor que al final del blog se expresan. No es otra que la crítica pública, acogiéndome al derecho constitucional de
Bueno, pues recuerdo hoy cómo una tarde de primavera-verano nos tocó servicio en el fútbol, es decir, regular el tráfico y dar protección a la seguridad ciudadana. El público que un domingo sí y uno no, acude a ver al equipo de su ciudad. Ya sabéis como es la cosa, un follón de coches y autobuses de la leche -entre otras cosas por las chapuzas de nuestras cabezas pensantes que organizan las cosas con el culo en vez de con la cabeza-. Un gentío exagerado, niños perdidos, gente corriendo del bar a la taquilla, del autobús a una de las puertas de entradas, del coche al quiosco de las pipas, bufandas y banderas... En fin el hormiguero humano alterado por la emoción de defender sus colores y de la victoria final.
Bien, tras la tempestad la calma. Todos en sus asientos disfrutando del acontecimiento deportivo. Los gritos de prisa pasan a ser ahora de ánimo y emoción, pero también de ira. La cosa fue bien, se ganó, así que la euforia correría una rato por la calle cual jovenzuelo con ganas de marcha, aunque aquel partido no decidiera ningún título o descenso. Cinco minutos antes de finalizar el partido comenzó el goteo de aficionados que abandonan el estadio buscando alcanzar -antes que el mogollón- su coche, taxi o autobús, así que con el compañero nos preparamos para volver al meneo. Le hice un gesto mirando a la puerta 15, levantando la cabeza:
-Ya salen.
- Sí. Primero los listos y luego como los borregos -dijo-.
-Cómo quieres que salgan, si hay no sé cuántos mil...
-Ya, ya... -sentenció con careto despreciativo-.
El compañero se quedó cerca del coche, por si había que regular el tráfico. Yo me acerqué a la puerta de salida del público, según viéramos cómo iba la cosa nos centraríamos más en el tráfico o en la gente. Aquella puerta no era conflictiva pero estaba relativamente cerca de otra por la que solían entrar seguidores de los equipos contrarios y siempre podía surgir algún problema. La gente salía contenta, comentando las jugadas y los goles, soplando sus trompetas y bocinas de toda la vida -que ahora llaman bubucelas- y con la sonrisa en la cara. Aunque a veces no sabes qué es mejor, si que ganen o que pierdan porque cuando el equipo pierde aquello es como un funeral, nadie dice nada, salvo algún juramento y a poner a parir a los jugadores, al cuerpo técnico, a la directiva y hasta al utillero. Pero el personal baja la cabeza y se va pronto a casa. De mala leche, pero a casa. Aquel día no. Aquel día se ganó y ya se sabe, cuando se gana "ganamos" y cuando se pierde, pues, "pierden".
- Me quedo aquí, ya sale mucha gente -le dije a Lafu-.
- Vale, vale, de momento hay poco tráfico. Si hace falta ya te ayudaré.
- Ya sé que a ti no te hace falta ayuda...
- Pues claro que ya lo sabes.
Cuando estás realizando servicio de control de masas te sorprende cómo en segundos, empieza a manar gente cual torrente de aguas bravas. En un momento, por donde pasaban 8 o 10 personas se juntan cientos y, en minutos, miles. Si no estás acostumbrado puede hasta marearte. Por aquella puerta salía el público en grupos, papás e hijos, vecinos, familias, amigos, equipillos de barrio y colegio... Precisamente uno de aquellos, de un equipillo de fútbol de un colegio, fue el protagonista de esta historia.
Algunos iban con el chándal del equipo en el que jugaban, otros llevaban la camiseta oficial del equipo al que acababan de ver ganar, además, se distinguía claramente al entrenador y ayudantes, -porque a esos niveles no hay cuerpo técnico, ni médicos, ni gaitas, hay ayudantes-. Padres y amigos que colaboran para que los chavales hagan deporte y sueñan, padres e hijos, en convertirse en estrella del fútbol.
Sonaron un par de bocinazos, después un grito de apoyo al equipo. Otro bocinazo, esta vez largo y solitario, para escuchar luego cánticos de ánimo de aquellos que las peñas más ultras gritan como himnos. El ambiente ya estaba creado...
-Y esos de azul ¿de qué equipo son? Y esos de azul, ¿de qué equipo son? -gritaron desde el anonimato que se escondía entre el gentío- ¡Es munipa el que no bote, es, es! ¡Es munipa el que no bote, es, es!
Miré hacia aquel grupo, aún estaban a unos cuantos metros pero podría distinguir al que gritaba sin mucha dificultad. Sus sonrisas hacían cómplices la gracia pero también delataban algo de preocupación en más de una cara, yo los estaba mirando muy serio. Cuando el grupo estaba ya muy cerca, sin moverme del sitio y con la intención de devolverles la jugada, a ver si se les podía llamar la atención sin más, les pregunté coloquial:
- ¿Quién es el tontico del grupo? -Pero no obtuve respuesta alguna.-
Todos callaron, algunos pasaron de la sonrisa a estar cabizbajos. Los padres cruzaron sus miradas. Pero silencio, nadie dijo nada. Yo, tampoco. Entonces, una voz se hizo fuerte en el grupo y un padre se dirigió a mí:
- Hombre, tampoco es para decir eso, que algún padre se puede molestar ¿no?
-¿Cómo? -le contesté- ¿Qué algún padre se puede molestar? ¿Por qué?
- Pues porque sí, porque el padre del que lo ha dicho pues… Se puede molestar.
- Mire usted, no sé quién lo ha dicho, ni mucho menos sé quién es su padre. Sólo he preguntado por quién lo ha dicho.
- Sí, pero sobraba lo de tontico.
- Entonces, caballero, por quién debería haber preguntado... ¿Por el listo?
- No, ni tonto ni listo, sino por el que lo haya dicho. Porque algún padre se puede molestar.
Mi compañero se acercó rápidamente, se dio cuenta que estaba en una clara situación de esas en que se cuestiona la labor policial -tan típicamente española, por cierto-. Le hice un gesto de tranquilidad con mi rostro, bajé los párpados y moví la cabeza, la cosa estaba controlada pero se agradece mucho el apoyo del compañero. Entonces proseguí el intercambio de pareceres verbales con aquel papá:
- ¿Y para qué quiere usted que pregunte por quién lo ha dicho?
- Pues... pues, para saberlo. Para saberlo y ya está… -me dijo dubitativamente aquel hombre-.
- ¿Para saberlo y ya está? No señor, no. Mire, pregunto para saberlo y explicarle lo que es una falta de respeto, de respeto a otro ciudadano pero, en este caso, a una agente de la autoridad y cuáles pueden ser sus consecuencias. La falta en sí es una levedad, sabe usted, pero el hecho de faltar a otra persona es una cuestión de respeto, de educación, de ciudadanía -le contesté-. Pero si quiere, en vez de eso puedo hacer otra cosa y, en vez de preguntar y soltar el sermón, identifico aquí y ahora a todo el grupo y cuando sepa quién ha sido el responsable formulo la consiguiente denuncia. Bueno, también se puede hacer eso en comisaría porque como seguro que alguno estará indocumentado pues... Pero, ¿acaso es mejor actuar así?
El padre calló unos segundos y me dijo:
- Ya estamos, ya estamos con el dichoso juzgado y la comisaría. No es para tanto.
- ¡Ah! Que no es para tanto... Así que ni debo preguntar, ni puedo denunciar. Aguanto el tirón y punto...
- No, no digo eso. Preguntas y ya está, que... Entiendo lo que dices pero sobraba lo de tontico. Lo digo como ciudadano, de ciudadano a policía.
A aquella vaquilla la habían soltado en más pueblos, estaba claro, pero este torero había toreao en peores plazas...
- Así que me lo dice de ciudadano a policía. Bien, pues mire, quizá pueda tener razón en que sobraba lo de tontico –debería haberlo llamado algo peor, pensé-. Así que de policía a ciudadano ¿Sabe qué le digo?
- Dígame, dígame...
- Que yo también soy padre y, de padre a padre, le digo que no, que no tiene usted razón. Nada de razón. -Subí un poco el tono de voz y continué- , de policía a ciudadano disculpe usted si le ha molestado pero, de padre a padre, me parece fatal tal educación. No tiene usted nada de razón. Pero nada. Cero. - Y me quedé callado... y muy aliviado, por cierto-.
El hombre se quedó callado unos segundos, mirándome a la cara pero no a los ojos, y me contestó:
- Ya le diré yo en casa lo que tenga que decirle...
- Eso espero, pero me temo que si aquí no ha dicho nada, en casa menos. Aún no sé quién ha sido el chaval tan educado -que se afeitaba hace años la criatura- que me ha faltado al respeto. Espero que mi hijo nunca diga algo así, pero como lo diga delante de mí no se preocupe que seré el primero en decirle al guardia: "ése, ese es el iditoa de mi hijo, el que tiene la bocaza tan grande. Ya puede denunciarlo".
- Bueno, eso se dice ahora pero en el momento... -Me contestó- luego seguro que le sacaría la cara.
- Sí, la cara se la saco. Pero del guantazo que se lleva en el mismo momento. Si no hay respeto por los demás, tampoco lo tendremos por uno mismo. Pero bueno, yo no estoy aquí para dar sermones. No se preocupe, la próxima vez seguiré su consejo y ya le llegará la denuncia. Espero que usted siga el mío.
Entonces aquel papá se encogió de hombros y puso cara de incertidumbre, prosiguiendo su camino con el grupo de chavales de aquel equipillo de barrio. Lafu me miró:
- No lo ves. Primero salen los listos y luego...
- Los borregos. Tenías razón, Lafu, tenías razón.
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